Estos versos que escribo lentamente,
con la austera prudencia de un orfebre,
son todo lo que queda de la fiebre
que algún día nutrió esta alma inclemente.
Ha cesado la música, la urgente
necesidad del tiempo que celebre
la dicha de la carne, que vertebre
la delicia de un mundo inconsistente.
Todo lo que fue mío ya no importa,
ya no duele.Tan sólo reconforta
la imagen - ya extinguida- de un recuerdo.
El momento, sagrado, del ocaso
de la luz que agoniza en su fracaso.
Sólo el tiempo sabe lo que pierdo.