“Yo no sé lo que soy,
no sé lo que quiero
y no sé adonde voy
cambiando inquieto
siempre de sendero
algo espero, sí,
pero no sé tampoco
lo que espero.”
(Juan Ramón Jiménez)
…
Bajo la bruma matinal
el campo está dormido.
Graznidos.
Dos grajos que pasan
volando intermitentes
entre olivos polvorientos.
Enhiestos, baldíos,
arañando el aire,
los rastrojos dorados.
Se oye el sordo rumor
de la tierra sedienta
en íntimo susurro
con la voz débil del viento.
Hay días que pesan
como viejas y aplastadas
lápidas funerarias.
El pueblo está tendido,
aborregado, somnoliento,
aguardando al sol
en los bajos de las lomas.
Desdibujando al cielo,
sobre su blancura,
la torre de la iglesia
bosteza aburrida.
Laxitud de un septiembre
moribundo,
de sudor cansado,
bochorno y desaliento
en la lejanía.
Tierra inhóspita
y blancas campanillas.
Es el alma en fuga
del verano.
Enhiestos los rastrojos
arañando al aire.
Secos, los pastos.
Por mi sendero, no hay nadie.
(Solo silencios
y buganvillas rosadas
mecidas por el viento).
Quizá por el otoño
se riegue el alma
y las mañanas se hagan lluvia
entre oro viejo
de cobrizos y caducos
pensamientos.
Y vuelvo sobre mis pasos,
esperando…
y no sé lo que espero.
Y aguardo.
Y escribo.
Y es mi refugio palpable…
(ahora que todo es silencio)
la certidumbre de papel
de la palabra
en estos días detenidos,
deshabitados y sin dueño.
Y espero.
…Tal vez, un aguacero
de tormenta en la garganta,
creer un imposible…
(En las ramas de un ciprés
canta un pájaro, invisible).
Septiembre 2022
Mi foto: Campiña del Condado. Huelva