No se equivoca una conciencia sana
cuando su propio malestar espía,
sabiendo que su mal aliviaría
al mínimo retoque de campana.
Y es que desde el instante que una cana
crece, al mismo demonio desafía,
y en la cabeza un torbellino lía
al sentirse segura y tan ufana.
Ojalá el corazón no se congele
y todas las heridas cicatrice
sin que vayan dejando sus secuelas,
que si el remordimiento luego duele
mejor que cada cual se tranquilice
y a su santo devoto ponga velas.