Es tarde y está oscuro. Por la ventana entra una luz anaranjada que ilumina parcialmente la habitación. Estoy tumbada junto a mi compañero, que ya se ha dormido. Miro fijamente al techo y espero hasta estar suficientemente cansada para darme la vuelta y dormir de lado.
No tardo en oír los gritos, un llanto colectivo insoportable que al poco se ve interrumpido por el zumbido de un insecto casi humano, gigante y peludo, que se acerca hacia mí desde la ventana.
No puedo moverme.
El bicho vuela rápido y su zumbido aumenta hasta confundirse del todo con el llanto que poco a poco se va apagando. Viene hacia mí con un movimiento de alas irregular y me sobrevuela desde los pies pasándome de largo. Yo intento gritar, pero no puedo.
Continúo inmóvil.
Intento mover ni que sea un dedo, pestañear para salir de lo que parece un sueño, aunque no esté dormida.
Se me caen las lágrimas del miedo, pero no lloro porque tampoco puedo. En ese instante, aparece la sombra de cada noche junto a la ventana. Es una sombra humana pero sin rostro, no tiene nombre. Es joven, alto y delgado, de pelo negro y largo, que sonríe maliciosamente y se acerca con cuidado. No sé quién es, pero siento que lo conozco.
Sigo sin poder moverme.
La sombra continúa acercándose despacio y me observa con una elegancia perversa. Ya está junto a la cama y se inclina a mis pies alargando la mano para alcanzarme. Me mira como esperando algo que le decida a agarrarme, no tiene ojos. Mi corazón late fuerte, me creo morir. Su mano se acerca cada vez más y vuelvo a oír el zumbido del bicho, que reaparece y huye por la ventana.
Intento gritar y, al sentir cómo se acercan sus dedos, consigo arrancarme un grito de angustia que me libera del miedo. Cierro los ojos por un momento y me muevo.
Me incorporo y miro de reojo hacia la ventana, despacio y sin hacer ruido. Nada ha cambiado, la habitación está intacta y todavía entra el hilo de luz anaranjada. Vuelvo a tumbarme, pero esta vez de lado y agarrada bien fuerte a mi compañero. Cierro los ojos y, aunque no estoy durmiendo, no los abro porque sé que la sombra puede estar a mi lado. Aún siento miedo porque sé que si grito o me muevo, la sombra podría darse la vuelta y hacerme daño.
Me duermo, es tarde y está oscuro.