Prendida del olvido más austero,
redibujo ante mis ojos las tardes plomizas.
Dos restos de velas humeantes.
Dos libros abiertos que suspiran.
Dos versos que se sueltan.
Dos abismos que nos miran desde abajo.
Y esos antiguos pasos pisándome la sangre.
Soy
un destierro
firmado.
Se extiende la noche por las emociones vivas,
y en su seno
sonríe una nostalgia adormecida:
sabe su llanto
que la pena es invisible
para los ojos lejanos.
Agoniza la ternura
asida
a una tristura pálida
que no tiene esperanza.
¿Quién dijo que la eternidad es un suspiro?
La eternidad está en la herida que nunca sana.
Y en los labios del alma,
duermen
instantes sedados que no han de despertar
-jamás-
a nuestro lado.
Hoy
la flor desangelada roza los labios.
Oigo el estruendo de la memoria:
palabras resonando,
un beso tembloroso de las manos
cayendo
a un infierno
comatoso
en el que siempre debí creer.
Quedan retales de poesía en los ojos
enredados en un Otoño
que nunca termina…
Qué bello tu poema; es magnífico, como su cierre. Un gusto venir a leerte, poeta.
"Agoniza la ternura
asida
a una tristura pálida
que no tiene esperanza.
¿Quién dijo que la eternidad es un suspiro?
La eternidad está en la herida que nunca sana.
Y en los labios del alma,
duermen
instantes sedados que no han de despertar
-jamás-
a nuestro lado."
Ahh que bellos!!!, como un recuerdo incesante que es eterno, porque como bien dices la eternidad no sana, qué poético y desgarrador a la vez!! Bellísima lectura, poeta!!!