Padre de los osados, «saunterer» orgulloso…
¿cómo excusar el Lete que mancilla el coloso
del tan solemne pantéon?
Pocos hombres vivieron… y tú has sido uno de ellos.
Pocos pueden alzar más altivos sus cuellos,
¡oh, jineteando la razón!
Canta limpia mi voz con la voz de tus versos,
tú que has visto, allá en México, a esos hombres perversos,
muertos por menos que un zafir…
¿Cómo acaso esperabas que te hicieran justicia,
si perdonan su historia con tan pobre estulticia?
¡Oh, maldiciendo el porvenir!
«Todo lo bueno es libre. Cuanto es bello, salvaje».
Pronto Concord será solo el yermo paraje
donde paseaba algún faquir…
«Todos los obedientes merecen ser esclavos».
¿Y qué hacerle a los hombres; ora arcilla, ora clavos,
que no se atreven a vivir?
Tú llamaste a los hombres. ¡Falta aún, padre, falta!
Hoy tapan agujeros. Es tu estirpe muy alta…
Yo te amo. No te halago, no:
no eres Pan, no eres Febo. Tú eres puro albedrío,
eres tú y solo tú, ¡óyeme, padre mío…!
Porque tan solo hay un Thoreau.