Se creó un joven mar con las lágrimas ardientes de aquel muchacho.
–No llores…–Susurró la luna, que sabía por quién estaba llorando.
–No puedo. –Respondió el joven. –No puedo evitarlo. Ella inserta en mí puñales bien afilados.
–No es ella quien te los está clavando. –Opinó la luna, que lo estaba mirando. –Respira y sigue caminando.
–¿Respirar sin ella? ¿Y sin ella caminando? ¡Prefiero seguir llorando!. –Dijo enojado.
La luna sonrió, pues qué podía hacer, si estaba enamorado
Verónica Vázquez