Siempre dos

No se oiga de mi voz el canto triste
—de lágrimas y noches comunión—
si no hay repulsa a todo cuanto existe.
No se vea el color del corazón,
no se oiga de la voz el canto herido,
no… si igual no se siente esta canción…
Pues aunque sea el hombre decidido,
¡hay rostros tan hermosos…! Yo no sé.
Yo no sé qué demonio lo ha querido…
¡Labios tan finos! Nunca lo sabré,
rigores tan rigores y amorosos,
¡hay almas tan iguales! Yo no sé.
¡Pues hay, bien mío, gestos tan hermosos
y cadenas tan fáciles de amar,
que yo no sé estos látigos sinuosos!
El yugo que me pones para andar…
yo no sé, yo no sé por qué lo adoro,
¿pero… cómo podría no labrar?
Acostumbrado al paso… rememoro
como el camino de la tierra dura
tus caballos, tus guerras… y te honoro.
Y de tu paso, flor de la hermosura,
celebro aquellas flores que crecieron
a un golpe de tu pie y de su ternura.
Como el león de circo que vencieron
las mañas de los hombres te obedezco,
¡yo no sé, yo no sé ni qué me hicieron…!
Como un tigre fugaz, después, me crezco,
y avecilla cantora en tu ventana,
del ala atada, ¡oh, presa! Desbravezco.
¡Yo no sé… yo no sé que mal hermana
vida y muerte… y suplica obedecer!
Yo no sé de una muerte tan temprana…
Mas, si te vas… ¡Ay…! ¿Cómo no querer?
¿Cómo volviendo el tiempo es que enamoro
de una fuerza distinta a tu poder…?
¡Yo soy el mar…! Tú escondes el tesoro;
yo soy la carabela… y tú eres puerto,
tú eres provocadora… yo decoro.
Tú me calmas… y yo te desconcierto,
tú eres alegre brisa… yo tormenta,
tú eres destino… yo el azar incierto.
Yo soy la sangre… tú la herida lenta,
tú eres la rosa… yo la negra tierra
donde brota sangrante y macilenta.
Tú eres la paz en paz… yo soy la guerra,
¡yo soy la angustia…! Tú eres el dolor.
Yo soy el cielo azul… y tú la sierra,
yo soy el desbocado y volador
caballo que a tus pies has de bajar…
con el beso… más tierno y más de amor…
Tú eres la ofrenda… yo soy el altar,
tú eres la virgen, y soy yo tu Dios,
y somos siempre dos sin separar.
¿Pues cómo no seremos siempre dos,
si la ausencia más crece la pasión
y nos mata a los dos con cada adiós…?
Si me matas… no importe la razón,
pues ni siendo perfecta la evidencia
podría persuadir el corazón;
y aunque la empresa no perdone el hierro…
es disculpa del yerro el mismo yerro.

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Impresionante cómo manejas el clásico, compañero.
Me ha encantado :ok_hand::rose::rose::rose:

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Muchas gracias por el comentario, amiga, espero que nos leamos por aquí (aunque si no estoy mal ya he leído algo tuyo, creo, y me gustó mucho). Un abrazo. :heart:

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Maravilloso, fantástico, me encantó muchísimo. Felicidades :clap: :clap: :clap: :clap:

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Qué maravilla, por favor!!! :clap: :clap: :heart:

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