Niña hermosa −en medio de mi huerto−,
de duraznos arbolito me planté,
pero el pobre −de frutos−, tan desierto
lo encontraba, y no sabía porqué.
Bajo su sombra, triste fui a sentarme…
cuando escucho la voz de la serpiente;
tranquilamente, pude acomodarme:
con un pájaro, charlaban la indecente.
Por no espantarlos, tuve que aquietarme,
con el tronco del árbol me hice uno;
linda frase al oído fue a cantarme:
Polifemo, yo me llamo ninguno…
−¡Comportate! −el pájaro decía−,
las raíces del árbol no mutiles;
tan huesuda, ya es la imagen mía:
falta el fruto… aun en los abriles
Ni siquiera con ellas te alimentas,
¿sólo gozas, si esculpes osamentas?
−Cavar hondo, mi sangre lo reclama;
tu bien sabes, no soy superficial;
en profundo mi mente es una llama,
con lo frívolo siempre soy desleal.
No vengas a enfrentarte con la astucia
¿o quieres tu carita verla sucia?
−¡Calla rastrera!, grande es tu jactancia,
tu helada antorcha, prende por debajo;
del mediocre podrás tener distancia,
¿mas cantaras, si a caso yo no bajo?
Si entre soles, contento voy volando,
no me alientan allá de cuando en cuando.
Ay niña, los montes, al rey cubrían…
y estos locos la espada no aflojaban;
vino la esposa −vio que no cedían−,
y en balanza colgó lo que alegaban.
Reina argéntea −juez para el debate−,
reflexiva palpaba la mañana…
con plata en hilo, urde que hay empate,
y al punto fue tocada la campana.
Mas el loco manantial del deseo,
no de a poco llenaba el paladar:
en duraznos del árbol me recreo,
tejer busco la red para este par.
Al sol siguiente, ¡grande mi sorpresa:
el par no discutía!, ¡que locura!,
la boca de Afrodita, ¿quién la besa?,
así pensé mi alegre travesura:
Romance oculto −goce de los dioses−,
Amor el árbol, arte tiene Hefesto:
el olimpo sabrá de sus descoses
cuando caigan en manos del arresto…
Amor entonces, frutos me dará.
Ahí van las redes, presos se verán.
Y dicho y hecho: ¡ambos apresados!
Contento celebraba la victoria,
los duraznos, sentí que eran ganados.
¡Frutos míos: la pulpa de la gloria!
Por mi jumento, fui de una carrera;
un banquete gesté para la noche:
En el plato, pareja prisionera,
calmar debe del hambre su reproche.
Mas al regreso, ¡oh nueva sorpresa!:
Bello joven… ¡mis redes en su mano!,
¿acaso habrá librado toda presa?
¡Ay los frutos, mi esfuerzo ha sido vano!
−Oh caballero −dijo echando graznos−,
tengo un trato, tú prestame el jumento,
y yo prometo darte unos duraznos…
te lo aseguro, hablo y nunca miento:
necesito del asno el gran oficio,
pues tengo que ofrecer un sacrificio.
Cual rayo, deslumbraba mi razón…
un canto entretejía, ¡vaya timbre!,
plata en hilos las notas del «harpón»,
y la voz… ¡la voz era la urdimbre!
Ah, bello acento, ¿cómo rechazarlo?:
de inmediato la rienda fue a su mano,
y mis brazos, rogaban estrecharlo…
ardiente fuego: ¡era más que humano!
Lo vi perderse, rumbo al sol saliente,
las dos naturalezas contemplaba:
si acaso, tiene plumas la serpiente,
el fruto de la vida no se acaba.
Y aquí −mi niña−, colmo doy al canto,
vete al árbol, y corta de su fruto;
no des precio, ni pidas algún tanto
pues eso, sólo es grato para el bruto
Y es que niña, la esencia no se empeña;
La verdad… ¿acaso es meretriz?;
bien pueden ofrecerte santo y seña,
¡mas siempre es virginal la emperatriz!
Endecasílabo compuesto; cuarteto en consonante cruzada; sexta rima ABABCC