Semillas

Remo, es un hombre de unos 35 años recién llegado de Italia, camina apresurado por el centro de Buenos Aires. Es alto, elegante y posee una espesa barba. Se dirige al encuentro de una mujer a la que conoció en línea desde su hogar en Florencia. Se enamoró a través de una página de citas y acordaron encontrarse en un café frente a la Plaza Congreso. La ansiedad lo carcomía por dentro.

Era el 24 de marzo de 2015, días agitados en la zona del Parlamento argentino, miles de jóvenes marchaban pidiendo justicia por los desaparecidos en la dictadura genocida argentina. Al abrir la puerta del bar, su mirada desesperada se extravió entre la multitud. Buscaba un rostro, ese rostro que lo había obligado a volver de Italia, donde se había marchado hacía 35 años junto a sus padres. Su madre había fallecido y su anciano padre ya padecía una enfermedad terminal.

Recorrió los rostros entre las mesas del bar hasta que una mirada lo iluminó: era ella. Se sentaron a charlar entre la muchedumbre, tenían mucho que contarse, pero algo estaba seguro, él la amaba. El tiempo pasaba entre el bullicio del exterior. Cada tanto, Remo miraba sin entender a través de las ventanas el movimiento de la juventud exaltada.

Victoria, la mujer que conoció, le contaba un poco de su vida y él un poco de la suya. Victoria también militaba en los movimientos por los derechos humanos. En un momento, Remo, mirando hacia afuera, quedó como congelado y distraído mientras Victoria seguía hablando sin cesar. Repentinamente, Remo se disculpa y le explica que tiene un problema que solucionar y que volverían a verse.

La familia de Remo tenía un departamento sobre la calle Luis María Campos. Su padre habla con alguien por teléfono: “Estamos bien, señor. Llegamos hace unos días, gracias. Mi hijo está por llegar; fue a encontrarse con esa chica que conoció por internet. ¿Lo están cuidando, no? Le agradezco, señor. Parece que la chica es una activista de los derechos humanos. Espero que solo sea una calentura. No se preocupe, él está bien educado. Disculpe, señor, están tocando el timbre, creo que ya llegó. Hasta luego.” El doctor Miranda abre la puerta del departamento.

  • Hola, papá, ¿cómo estás hoy?
  • Hola, hijo, bien, gracias. ¿Cómo te ha ido con esa chica?
  • Bien, papá, es todo lo que soñé y mucho más; tiene buen corazón.
  • Sólo cuídate, recuerda todo lo que hablamos antes de venir; son días en los que hay que cuidarse.
  • Sí, papá, lo sé. Es una activista, pero estoy enamorado de ella y no hablamos de política. Me voy a cambiar; tengo que salir a ver a un amigo.
  • ¿Estuviste todo el día con ella?
  • Sí, papá. Me voy; nos vemos a la noche. No me esperes para cenar.

Remo le da un beso en la mejilla a su padre y sale.

A la mañana siguiente, Remo sale antes de que su padre despierte. Ya en el auto, hace una llamada telefónica a Victoria.

  • ¿Hola, Victoria? ¿Buen día, cómo estás? ¿Podemos vernos? Necesito que me ayudes. OK, gracias; nos encontramos a las cuatro en el mismo bar.

Italia, Florencia, 7 días antes.

En el departamento del doctor Miranda, el doctor se encuentra hablando por teléfono.

  • Sí, señor; volvemos la semana que viene, sí, gracias. Mi hijo está bien. Está todo listo allá. ¿Cómo está el clima? Me refiero al clima político. Claro. Bien, gracias, señor. Sólo quiero tener todo asegurado antes de volver.

Remo, el hijo del doctor, sale de una habitación y se dirige a la ventana. Se queda parado junto a ella, observando hacia afuera. Dirigiéndose al padre.

  • Ya está todo listo, papá.

Doctor: Gracias, hijo; pronto estaremos en Buenos Aires. Todo estará bien.

El doctor se acerca a Remo, y los dos se quedan mirando por las ventanas las calles de Florencia.

Buenos Aires, 24 de marzo.

Remo sale del bar entre la multitud, cree haber visto a alguien que le resulta conocido. Le parece extraño, ya que la última vez que estuvo en Buenos Aires era apenas un recién nacido. Pensó que tal vez era un rostro que había visto en alguna foto entre los álbumes de su madre. Se mezcló hasta que su sangre se congeló a unos metros alentando a un grupo de manifestantes; vio ese rostro que cambiaría su vida para siempre.

Decidió observar a la distancia, disimulando, tratando de ser uno más entre las protestas. Esperó varias horas. Al terminar las marchas, la gente se desconcentraba. Remo decidió ir detrás de ese increíble rostro. Lo hizo como si fuera un detective profesional en un seguimiento. Remo no conocía Buenos Aires y menos los barrios del suburbio. Los siguió hasta un barrio de casas bajas en Lanús. Solo quería saber de dónde había salido el otro hombre.

Dos días después, son las 4:00 de la tarde, y Remo se dirige a encontrarse con Victoria en el mismo bar que anteriormente visitaron. La Avenida Callao estaba normalmente caótica, y la Plaza Congreso, con las palomas y los jubilados de siempre, le parecía un paisaje totalmente encantador.

Al ingresar al bar, el mundo exterior se difuminaba; solo veía la mesa donde Victoria lo esperaba. La veía mirar por la ventana como distraída. Les gustaba todo de ella: su cabello ensortijado y oscuro como una selva, sus dientes blancos, su nariz aguileña, su sonrisa, todo lo que ella le había contado aquella tarde, sus ideales, su trabajo como docente, cómo ayudaba a sus alumnos a superarse y brindarles ayuda fuera de horario de su trabajo. Aún con lo que su padre le había inculcado toda su vida, encontraba algo increíble en la vida de Victoria en Buenos Aires. Nunca había sentido tal adrenalina.

Se acercó a la mesa, y Victoria giró la cabeza distraídamente, y su rostro se iluminó.

  • Hola, ¿cómo estás? Te escuché algo preocupado. ¿Te pasó algo?
  • No, no, o sí, es que necesito tu ayuda. No sé cómo decírtelo. Creerás que estoy loco.
  • No, ¿por qué pensaría eso? Cuéntame. Pero antes, pidamos un café. Y antes del café, dame un beso.

Remo se quedó atónito por un segundo, luego la miró, cerró los ojos y la besó.

  • Gracias, necesitaba eso. ¿Cómo te diste cuenta?
  • Solo lanzó una carcajada.
  • Está bien, tomemos el café, charlemos un rato, y después salgamos a caminar. Lo que te quiero contar es privado, y por las dudas no quiero que haya nadie escuchando cerca.

Tomaron café durante un tiempo, charlaron, y luego salieron y fueron a caminar por la Plaza Congreso hasta Avenida de Mayo, siguiendo hasta Plaza de Mayo. Remo le contó lo del extraño rostro y por qué había salido así de su encuentro el día de la marcha. Él no se animó a contarle todo en detalle. Ni siquiera él mismo creía lo que había visto. Le preguntó si había alguna posibilidad de que lo ayudara a contactar a aquel hombre para poder preguntarle si tenía algún familiar posible en común.

Victoria, a quien él comenzó a llamar Vicky cariñosamente, se intrigó tanto que se ofreció a ayudarlo a través de conocidos entre los movimientos sociales. Remo le ofreció una foto que le había tomado al hombre que le causó tal asombro. Vicky prometió hacer circular la foto para ver si tenían amigos en común.

Ya era de noche, y el cielo se había puesto gris; una llovizna ligera hacía brillar el asfalto porteño. Caminaron abrazados hasta la boca del subte de la estación Callao; se despidieron con un largo beso.

Pasaron dos días en los que intercambiaron llamados sin mayores novedades. Al tercer día, Victoria lo llama y le dice que tiene novedades. Victoria le pregunta si quiere ir a su casa en Avellaneda, cerca de la cancha de Racing, y le explica.

Remo acepta inmediatamente. Cada llamado que recibe de Victoria trata de contestarlo lejos de su padre. El doctor Miranda cree que, a pesar de su enamoramiento, Remo está suficientemente bien criado durante 35 años como para que alguien cambie su pensamiento político. El doctor ha recibido varios llamados de alerta de sus camaradas, pero solo han alertado que lo han visto muy enamorado con una mujer perteneciente a los movimientos sociales. Íntimamente, confía en que las cuestiones políticas cambien en las próximas elecciones presidenciales, donde la derecha argentina parece tener alguna chance clara.

El doctor Miranda piensa que su salud está muy deteriorada y quiere dejarle a Remo todas las cuestiones en orden. Esa noche, el doctor Miranda no pudo dormir, su enfermedad se agravó. Remo tenía que asistirlo, acercándole sus medicinas y escuchándolo. Ya con poco aire, le dice a Remo que se acerque y le súplica: ‘Hijo, prométeme que, si me pasa algo, vas a quemar todo lo que tengo guardado en la caja fuerte, las carpetas. Lo demás es tuyo, promételo, por favor.’

A la mañana siguiente, luego de dejar a su padre con una enfermera, Remo se dirige hacia Avellaneda. Al acercarse a la puerta del departamento de Vicky, un extraño presentimiento le eriza la piel. Llama por el portero eléctrico y escucha la voz tranquilizadora de Victoria.

  • Pasa, Remo, adelante.

Desde el pasillo, se oyen murmullos dentro del departamento. Se abre la puerta, y Victoria lo espera con un abrazo y un beso. Los demás presentes hacen silencio inmediatamente. Victoria con el rostro luminoso les presenta a Remo a sus compañeros. Que es el Oso Mario, la Chanchi, Mercedes y Luis.

  • Siéntate, estamos tomando mate, ¿te gusta el mate?

Remo: ‘Sí, mi padre y mi madre me acostumbraron. ¿Qué averiguaron?’

Victoria: ‘Bueno, como te conté, nosotros somos de una agrupación política de jóvenes llamada La Cámpora, y el Oso conoce al muchacho que viste en la marcha porque fue compañero de él en la facultad. Se llama Romualdo y es de Lanús; su madre era enfermera y hace poco falleció. Creen que tiene esposa e hijos. Si quieres, podemos hacer un encuentro y vamos a visitarlo en Lanús, si estás de acuerdo.’

Remo tenía la mano de Vicky y la apretaba con tanta fuerza que Victoria se dio cuenta de que había algo más detrás de esa historia.

El Oso hizo el llamado telefónico sin darle demasiadas pistas de por qué querían verlo, como si fuera algo casual concerniente a su agrupación. Romualdo aceptó reunirse con ellos esa misma tarde al volver de su trabajo. Remo les contó, entre mate y mate, cuál era la historia de su vida, cómo su padre había dejado el país para radicarse en Italia y por qué, después de la muerte de su madre y debido al deterioro de la salud de su padre, tuvieron que volver. Un silencio profundo flotó en el aire luego de que Remo terminara de contar su historia.

Remo les contó que ansiaba encontrar algún familiar, ya que al parecer su padre no era muy apegado a ellos. Por la tarde se dirigieron hacia Lanús en el auto del Oso. Llegaron a una humilde vivienda en la calle Matanza, por el barrio obrero de Monte Chingolo. Varios niños correteaban por la vereda. Los recibió una mujer llamada Irma, esposa de Romualdo. Irma, al igual que sus tres niños, dos mujeres y un varón, los recibió cálidamente. Tomaron un mate y aclararon el propósito de la visita. Romualdo estaba volviendo de la fábrica donde trabajaba.

Remo se movía como uno más, aunque Irma se dio cuenta inmediatamente de que no era de aquí. Vicky le aclaró cómo se habían conocido. Al ver a Romualdo, todos se abrazaron como compañeros de militancia, y Remo miraba absorto tanto derroche de cariño. Tomaron otra ronda de mate, compartieron algunos bizcochos. Remo no podía apartar la vista de Romualdo, entonces Victoria aclaró el motivo de su visita.

Remo, de repente, hizo un particular pedido al oído de Victoria. Victoria le solicitó a Irma en voz baja si podían pasar al baño. Irma asintió, un poco sorprendida por la situación. Romualdo estaba mudo, pensativo; le había contado a Remo la historia de su vida, que no había conocido a su padre, que su madre enfermera lo había adoptado cuando era un bebé y que nunca se lo había ocultado. Todos los presentes conocían su historia y aceptaban que Romualdo no quisiera saber más sobre sus verdaderos padres.

Primero salió Vicky del baño; todos la miraban azorados, sus ojos estaban enrojecidos y ahogados en lágrimas.

Victoria: 'Sé que esto es algo extraño, pero les pido que se lo tomen con calma; Remo les va a mostrar el verdadero motivo por el que vino hasta acá. Una agradable brisa entraba por la ventana, el aire se podía cortar con una tijera.

Victoria: ‘Perdón, Romualdo, usamos tus cosas de afeitar.’

Romualdo lanzó una carcajada y dijo: ‘Está bien, no hay por qué disculparse, tampoco es para llorar.’ Todos rieron por un momento.

Remo salió del baño, y el pequeño foco de la casa iluminó su rostro, idéntico al de Romualdo, que se largó a llorar desconsoladamente. Remo se abalanzó hacia él, y se fundieron en un abrazo; todos a su alrededor también se abrazaron.

Buenos Aires, noviembre de 1980, Hospital Militar Central.

Sala de partos. El joven doctor Miranda sale de la sala de partos con un bebé recién nacido en brazos, apresurado. Una enfermera está preparando un fuentón con agua caliente. El médico le entrega el bebé a la enfermera.

Miranda: ‘Tome este bebé, Irma, lléveselo usted, ya sabe, es cuestión de vida o muerte. No le diga jamás a nadie de dónde salió este niño. El otro me lo llevo yo. Mi esposa lo espera ansiosamente.’

Se acerca un hombre con uniforme militar.

Militar: ‘Salió todo bien, doctor. ¿Cómo está la detenida?’

Miranda: ‘Falleció, mayor; la trajeron muy deteriorada, se les fue la mano.’

Militar: ‘Que la saquen de acá y la lleven al río, ya sabe qué hacer con el bebé.’

Miranda: ‘Sí, señor.’

Buenos Aires, abril de 2015, en el departamento del Doctor Miranda: El doctor se encuentra en sus últimos segundos de vida; un sacerdote le da la extremaunción. Sale de la habitación y llama a Remo, diciéndole que ya puede despedirse de su padre. Entra en la habitación y cierra la puerta.

-Tranquilícese doctor, ya falta poco…

El doctor tose de a ratos, y Remo se acerca para ayudarlo. El doctor, por un segundo, abrió más los ojos y apenas balbuceó.

Miranda: ‘¿Por qué me dices doctor, hijo?’

Remo: ‘Porque no soy su hijo, doctor. Soy Romualdo, el hermano gemelo de Remo. Gracias por dejarnos su herencia para que podamos seguir ayudando a otros hermanos, hijos de desaparecidos que buscan la verdad. Y gracias por toda la documentación que nos deja para aclarar y encarcelar a otros genocidas como usted.’

La habitación quedó tan helada como la mirada de Romualdo frente a la cara del doctor Miranda, que se apagó lentamente. Amanecía en Buenos Aires aquella mañana de otoño de 2015. FIN

3 Me gusta

Me parece un relato muy impactante, que captura la tensión y el romance en un contexto histórico complejo.

Vaya narrativa tan envolvente y percibo a los personajes muy bien desarrollados.

Vaya final !!

1 me gusta

Gracias, querido amigo por tomarte el tiempo de leerlo, recién estoy comenzando por los cuentos y relatos, aprendiendo, quisiera poder llegar a un libro de cuentos
y sé que me falta describir más pero como dije, soy aprendiz ahora. Un abrazo.

1 me gusta

Una narrativa que te envuelve según vas adentrándote en su lectura
Saludos
:clap::clap::clap:

1 me gusta