Se perseguían por la Encina Gorda,
cencerros atados a la cintura,
negras trenzas que el impúber aborda,
consiguiendo un botín de gran altura.
Lozanos, la música los transborda
y por el paseo a ella le jura
que no habrá en el mundo persistente horda
que rompa un amor de tan gran hechura.
Llega el casorio con profundos fastos,
llega el bautizo del hijo primero.
Se vuelve la sien nívea pradera,
enlazados brazos, puros y castos
respiran a gusto un aire pueblero
hasta que la parca llegue, ditera.