La poesía no se escribe,
se desangra.
Brota como el fuego
cuando el pecho no cabe en sí mismo,
cuando el silencio
se hace grito dormido
y los huesos tiemblan bajo el peso de lo no dicho.
La poesía no se piensa,
se respira.
Es un río secreto
que atraviesa la carne,
un animal ciego
que rasguña las paredes del alma
buscando luz.
Nace donde la voz se quiebra,
donde el miedo es tan denso
que solo la palabra puede atravesarlo.
Es un espejo roto,
una herida que no supo cerrarse,
un hambre antigua
que ninguna boca sabe saciar.
La poesía es la sangre misma
cuando no quiere resignarse al olvido.
Es la ternura escondida en el puño,
la lágrima que no fue lágrima
sino raíz,
creciendo hacia adentro.
No se elige escribir poesía,
como no se elige respirar.
Es el impulso que salva,
o que condena.
Es el temblor sagrado
de quien no sabe callar lo que ama,
ni esconder lo que duele.
Escribir es, a veces,
la única forma de no desaparecer.
Marcela Barrientos 28-04-2025
Derechos de autora reservados
Argentina