"Las rosas de papel no son verdad y queman
lo mismo que una frente pensativa
o el tacto de una lámina de hielo.
Las rosas de papel son, en verdad,
demasiado encendidas para el pecho."
(“Canción final” Gil de Biedma)
…
Me asomé a la baranda.
La vida se deslizaba
como si tal cosa…
Las voces del que pasa,
la luz mortecina
tras el cristal
de un día cualquiera.
Algún portazo
en la casa vecina,
un bebé que llora,
el taconeo presuroso
que se clava en los peldaños
de la vieja escalera…
Otro perro que ladra
y merodea.
Yo, en la baranda…
Con las palabras dentro,
con mi cuerpo asomando
al vacío de la casa
en esas horas muertas,
imprecisas, decadentes,
con un aroma extraño
a violetas encerradas en el jarrón
de este día subterráneo
que marzo empuja
en un oscuro latir de corazón.
En los ojos, grabados,
casi líquidos,
los versos ya medio olvidados
de “La canción final”
de Gil de Biedma.
Y sin pensarlo…
arranqué las violetas
y sembré sus rosas de papel
entre mis manos gélidas
atrapando con ello los instantes
que se encienden y retienen las horas
en un concierto de recuerdos
y memorias, cual pájaros lejanos
con las alas abiertas a la inercia de la tarde.
Y como el hielo que nos quema
en un frío incomprensible…
…sus letras, prendieron en mis manos
como una llama ávida, que me daba calor
y, con un leve temblor, ardía en un poema.
La vida,
que regresaba al verbo,
aparentemente igual, pero distinta.
("Yo creía que quería ser poeta,
pero en el fondo quería ser poema.” Gil de Biedma)
Pintura: Rosas de papel, Daniela Guglielmetti