A todo ello, no paraba de hablar sobre una tormenta, de las peores en el pueblo; esa noche, Rhonda tenía el cuerpo maltratado por los golpes de la vida, episodios que el alma no debía de guardar.
En la calle, frente a su ventana, ajena a lo que estaba pasando, un perro sacude con ímpetu lo suave de su pelaje.
Ella no sabía cómo decir, lo difícil que le ha tocado vivir, mientras estaba sola en casa.
Muchas noches anteriores, ella ha escrito una carta de amor al hombre que más ama; no, Rhonda sabe de las predicciones que están en las estrellas y en el cielo, donde auguran malos tiempos. Decidida, a luz de vela, se dejó guiar por su corazón afable.
Y los días van y viene, Rhonda ha perdido la brújula de su destino; ha dejado para sí, desobedecer todos los designios del Señor.
Mientras, a escondidas reza por un milagro, a otro dios salvador.
Rhonda es una mujer que no se da por vencida, siempre ve esa pequeña luz en la oscuridad; siempre está un paso adelante en esta vida.
No hay llanto para ella, ni desesperación que lo aplaste, ni su corazón, ni el alma de guerrera.
Rhonda, el mundo en sus manos, el mundo a sus pies. ¡Ahora!