Mañana de silencios condensados.
Entre una niebla turbia
de arracimadas nubes,
enfebrecido y disonante,
como un reloj de arena con el alma
estrangulada en su mitad…
el tiempo pasa.
Ante mis ojos impotentes,
sus minutos van cayendo
grano a grano
cada vez,
a mayor velocidad.
Y se agotan las horas
venideras,
el hastío se apodera de ellas.
Y las luces se apagan poco a poco
en este estrecho y asfixiante
tubo de cristal.
Se acaba ya la arena.
Se le da la vuelta…y a empezar.
¿Hasta cuándo?
(Monotonía en el giro de los días).
Soledades, galerías y retratos machadianos
en mi bolsillo, esperan encerrados
y pretenden indicarme los caminos.
Todo pasa y todo queda…
no hay ninguna marcha atrás
en este caminar.
Por la calle Real
vuelan hojas amarillas
y rachas de viento polvorientas.
Se escuchan
ruidos estridentes de sirena,
una ambulancia pasa
y se acelera el corazón acobardado.
Dos ancianos pasean despaciosos por la acera.
¿Pesan los años o pesa el tiempo?
Los veranos, los otoños, primaveras…
Y enfrente,
en un rincón del parque,
un banco aguarda un no sé qué…tal vez
el rayo final, del sol poniente.
…Y otro reloj,
el de la torre aún dormida de la plaza solitaria,
con su sonido lúgubre
y solemne,
marca las tres.
(Todavía queda tarde soleada…)
Pintura: “Reloj de arena” María Saucet.