Tras más de cuatro décadas
de caminar entre el bullicio
de ciudades encantadas,
orgullosas y desquiciadas,
que aceleran la ansiedad
y sacian los egos,
regreso a la casa de esa villa
donde el silencio es evocación
del primer llanto que quedó grabado
y encerrado en la celda de la memoria
de las ausencias no olvidadas
en el tiempo transcurrido en las distancias.
Abro el portón de la vieja casona
y una ola de olor vetusto baña mi rostro
y mi memoria corre desbocada
al jardín de los recuerdos
buscando las sombras del tiempo
en las sendas abandonadas,
cubiertas de matojos secos y agrietados
por el tiempo del olvido,
de flores mustias y marchitas
sin lágrimas en sus pétalos,
de árboles, que su vigor han perdido
en los inviernos de la madurez.
La memoria va de cuarto en cuarto,
de espacio en espacio,
revisando el tiempo,
revolviéndolo todo;
libros, carpetas, cuadernos,
estantes, cajones y armarios,
donde las soledades se esconden
buscando aquel instante perdido
en el brasero del silencio
donde se quemó aquella infancia
donde los juegos eran aventuras
y los llantos eran risas.
Abro puertas y ventanas,
dejando que los rayos del sol
y el aire del empíreo
dibujen filigranas
con mi sombra,
en el polvo pretérito
que se estremece,
mientras en el silencio
la evocación
desata el tiempo del pasado
y en mi rostro
la tristeza se refleja.
El tiempo ha corrido,
pero aquí se ha detenido;
en ese rincón
está el sillón de mi padre
esperando su melancolía,
allí la mecedora de la abuela
esperando su poema,
por ahí va la silueta de mi madre
de un lado para otro
ordenando el desorden de otros
y mi abuelo, con un libro en las manos
mientras lo contemplo absorto.
Aquí estoy, con la muda soledad,
con el silencio de mi memoria,
donde todo empezó, repasando mi vida,
no sé muy bien por qué;
quizás porque en el tiempo
mi verdadera sombra perdí
y ahora quiera reencontrarme
con la auténtica,
huyendo de esas máscaras
tras las que me he refugiado
ocultando mis miedos,
mis temores y mis errores.
Quizás porque esas máscaras
se han desgastado de tanto usarlas
y sus sombras ya no son sombras,
y quiera tener mi verdadera sombra,
con sus asombros y turbaciones,
con la que caminar de la mano
por las alusiones de un pasado,
que fueron presente
y que escriben el futuro,
que están ahí,
aunque yo me haya ido
y solo regresen en la memoria.
Del Poemario El Miserere del Olvido
Pippo Bunorrotri