Reflejo en el Espejo

Existía un espejo enigmático, enclavado en una desolada casona, que el transcurrir del tiempo había condenado al abandono y el olvido. Este peculiar objeto no se regocijaba en la yuxtaposición de imágenes reflejadas, antes bien, emitía sonidos profundos e indescifrables, como si pretendiese entablar un diálogo enigmático y subyacente.

Eran muchos los que, víctimas de una ávida necesidad de hallar respuestas a sus inquietudes más existenciales, se acercaban a él con la esperanza de deleitarse en los párrafos de perenne sabiduría arrancados a regañadientes al silencio del bruñido adminículo. Mas, en lugar de encontrar cobijo en las sentencias del espejo, se veían sumidos en un torbellino de desconcierto. Los sonidos que brotaban de su profundidad reflejada solo contribuían a lacerar el alma de los oyentes.

El espejo poseía la hábil facultad de multiplicar una imagen peculiar de todo lo que hubiese germinado en el ámbito silente del triunfo. Tal objeto inerte se volvía custodio de toda ilusión marchita. Se convertía en el arrebato de un mar impaciente que, ansioso de hacerse oír, solo conseguía convertir su incansable voz en sal, un elemento nutricio de la indiferencia.

Situado en tierra de nadie, el espejo yacía en un rincón desatendido, como si nadie reparase en su existencia. No obstante, el que se mirara en él se capturaba en su propio ser.

Un día, el espejo decidió alzar su discurso y proferir un clamor desesperado que impregnó los primeros vestigios de la aurora. Anhelaba retornar al seno de la memoria extraviada, reintegrarse a aquellos que en su día le habían afianzado y entendido. Necesitaba saber si acaso eran otros espejos los requeridos para seguir existiendo.

Así fue que el espejo emprendió un periplo por los confines del mundo, en busca de los individuos que habían experimentado el poder de su reflejo. En su odisea, se topó con aquellos que habían sido testigos de su encantamiento y aún recordaban el eco de sus enigmáticas palabras.

Estas criaturas, narraron cómo su reflejo había transmutado sus vidas. Relataron cómo habían hallado respuestas internas y habían aprendido a amar con derroche gracias a la profusión de esa imagen. El espejo comprendió que su existencia no dependía de confraternizaciones especulares, sino de la capacidad singular de cada individuo para autocontemplarse y descubrir la centella de la sabiduría interior.

Instruido en tan profunda consciencia, el espejo retornó a la casona abandonada y se erigió en una ubicación prominente. No precisaba ya reverberar imágenes, sino que su valor radicaba en incitar a los seres humanos a recordar que, a despecho de la calma tensa y la desgana, podían hallar en sí mismos la savia de la sabiduría y las respuestas a su devenir que tanto ansiaban.

Desde aquel día, el espejo se alzó como símbolo de introspección, recordándole a los audaces visitantes que no era menester depender de otros para hallar su propia verdad. Cada vez que alguien se encaraba en él, recordaban que eran capaces de existir sin mirarse en espejos ajenos, sino más bien de nutrirse de su propia luminiscencia imperturbable.

Me miro en el espejo y no reflejo,
soy sonidos huecos
para el que pretenda
beber mis palabras
solo logrará herirse.
Mi terca humanidad duplica
una extraña imagen
donde ha triunfado el silencio,
allí se ama a cuentagotas,
es un jardín marchito
que se ha dejado de lado.
Soy objeto inanimado
que concentra el resumen
de todo lo irreal,
rugido embravecido
de un mar impaciente.
Soy sal que abona la indiferencia
en la tierra de nadie y me veo
a mí mismo habitando en el espejo.
Me erguí un día y lancé un clamor
que se desplazó hacia el alba,
he de regresar a la memoria perdida
para comprobar si se necesitan espejos
para seguir existiendo.

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