Me alisto, me acicalo, me adorno
y aligero mi marcha para no llegar tarde.
Escojo un nombre para interpretarme.
Me dirijo nadando por la mar de mi sangre,
donde una lágrima tiene el sabor del sollozo
y los ojos pierden el miedo de mirarse.
¡Yo sé que he dejado huellas en tu piel de nácar,
donde ayunó tantas veces la palabra! –
Me esperarás sabiendo que soy mujer de siempre
y que el olor a olvido no crecerá en tu huerto.
Juntos, le cumpliremos la cita a los colores,
dejando a un lado esta pena que no sabe
en dónde duele.
El hastío se acaba y el reloj se detiene justo,
en esa hora punta de las desilusiones.
Te encontraré intentando abrir esas valijas,
donde has guardado siempre recetarios perdidos.
Amarás mi dulzura con dosis de locura,
mientras la luna asoma y en el estanque… cae.