Recaredus, Rex Hispaniarum

Año 585 de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando abrió los ojos, todo continuaba oscuro; todo, menos una pequeña grieta en la pared que dejaba entrar la poca luz que por allí podía colarse. La cabeza le dolía, y las paredes parecían moverse a su alrededor. Levantarse le dedicó un buen rato, pero después de varios intentos consiguió ponerse en pie. Ahora se percataba que no solo le dolía la cabeza, pues no había parte de su cuerpo en que no sintiera dolor. Abrazó con fuerza los finos rayos de luz, cautivos, como él en ese lugar. Luego, se sentó en un rincón de esa fría y oscura celda.
El reo, empezó a recordar la derrota de sus tropas a manos del ejército del rey Leovigildo, un hombre que hacía años había dejado de considerar su padre.

Su hermano, el príncipe Recaredo, no había dicho ni hecho nada por impedirlo, apoyando en todo la justicia del monarca. A pesar de la oferta hecha a su hermano meses antes del conflicto, no quiso unirse en un frente común contra su propio padre. Abstraído en sus pensamientos, no se percató de que alguien había entrado en la mazmorra. Dos soldados se situaron delante del prisionero, el traidor, el príncipe rebelde Hermenegildo. Los dos guardias alzaron al condenado, débil y enfermo tras largos meses de cautiverio. Hermenegildo fue llevado a otra sala donde esperaba su verdugo. A un lado de esa habitación se encontraba el príncipe Recaredo, observando, sin articular gesto o palabra. Los dos hermanos se miraron sin hablarse, aunque no hacía falta. El príncipe traidor sonrío al ver un brillo especial en los ojos de su hermano; su hermano menor se había convertido en todo un hombre, y pronto se convertiría en rey con la ayuda de Dios. El mejor de todos los reyes que haya tenido la nación goda.
Recaredo salió de la sala, pero antes, le ordenó algo al oído a uno de los guardias que acompañaban a Hermenegildo en su hora final. Cuando el príncipe cerró la puerta, tan solo hubo lugar a una última oración, y al terminar, un golpe seco resonó en todo el edificio y en el corazón del hermano, que se mantuvo fiel a su padre, el rey Leovigildo.

Meses después, en mayo del año de nuestro Señor Jesucristo 586, el rey murió, y el príncipe Recaredo se convirtió en monarca y señor del pueblo godo. Su primera medida, fue llevada a cabo por el soldado al que meses antes le había ordenado algo al oído en la ejecución de su hermano. Su misión, acabar con la vida del verdugo de Hermenegildo, pues de esa manera pretendía vengar a su hermano, o quizá, limpiar su propia conciencia ante los ojos de Dios.
De todas maneras, algunos de los súbditos más cercanos al monarca, contarán que ese día, el rey lloró apenado la muerte de su hermano por primera vez, y que seguramente, esa fue la razón por la cual, apenas un año después de subir al trono, abrazó la fe católica, la misma por la cual había luchado y muerto Hermenegildo. Según las crónicas no oficiales del monarca, esa fue la única vez que se le vio llorar en público al rey Recaredo, el mejor de todos los reyes godos.

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Es tan poco conocido el periodo visigodo, la memoria que tengo de la historia antigua prácticamente salta desde la Hispania provincia romana al Califato Omeya de Al-Andalus y pasaron 6 siglos nada menos.

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