Me mira, la miro;
somos vagas víctimas,
prisioneros de una lejanía
que se lleva nuestros corazones
en el largo río de la impertinencia.
El hilo del tiempo nos sostiene,
paralelos ante las manos del desespero
que nos cruje en la garganta
y escupe en nuestros ojos
su triste y mentirosa desgana.
Me mira, la miro;
la tristeza salta de nuestros ojos,
el hastío se suicida,
el melancólico amor se cubre
de una manta invisible que grita:
«Mírense, ¡qué profundo es su querer!»
Cuánta melancolía en estos versos tan llenos de distancia. La distancia vacía y crea versos tan hermosos, como los tuyos. Un gusto pasar. Saludos cordiales.
Gracias por comentar, me alegra que te haya gustado un poco de mi arte. Lamentablemente, es de esos poemas que tienen un nombre y rostro, pero que vagan en una lejanía incesante. Es duro cuando el amor se vuelve tan solo una impertinencia… Gracias por tus aprecios.