Tiendas de lance
y de viejos, incunables sin datar, aún recuerdo
el rito exacto de mi padre
ojeando, hojas rancias
por decreto que guardaban
el secreto de aquel
libro prometido.
No lo pondría
a la venta.
Una firma,
un garabato, un signo
por repetido concedía
el alegato en sospechar
del autor.
Un librero
con memoria cada
23 de abril, que lloraba
al desprenderse de las palabras
impresas, la promesa
de la historia,
regalando
sus recuerdos.
Aquellas ferias
de añejos, celebradas
en abril casi nunca
mayeando.
Un manual
para siembras, un tratado
singular, y libros
de urbanidad… ¡por dios, qué felicidad!
Pedro…de momento