Extiendo mi mano al Sur y lanzo estrellas de arriba hacia abajo, algunas quedan pegadas al techo sin cortar su natural relatividad, las restantes al caer forman cordones montañosos y sólo sus puntas imaginarias se llamarán picos.
Cuando miro al Norte quedo virtualmente enceguecido por el sol y aún con los ojos nublados decoloro el verdor de cielos rasantes, sin confundir su encanto me dejo llevar por el aroma cálido de una tarde interminable.
Mis costillas se desgranan por la izquierda, sé al Oeste de la sal fría entrar hasta mis venas, pero, es agradable esa sensación de mar y rocas, un viento sin piedad abre las puertas, todo es nada y revuelve papeles con letras como estas.
Sólo me queda el Este seguro y sombrío a la vez, alzo mi brazo vacío y la cordillera robusta enfría mis dedos con angelical paciencia de hielos eternos. Me siento vivo en esta cordialidad de la altura infinita de sus aves emblemáticas