En el silencio de la tarde, el día reposaba.
Un pájaro cantó en esa pradera
y el cielo lo escuchó con alegría.
Quisiera tocar en todas las puertas
que veo cerradas y ver cómo el hambre
de un niño, se disipa.
Hoy, en mi mesa hay pan fresco
y el calor de los fogones
me recuerdan la infancia.
A veces, siento que robé lo que comía
y el café caliente transmite la emoción ajena
de saber que tantos soportan un ayuno obligado.
En mis fantasías, le pongo especias a la vida
y reparto los peces que rebosan mi cesta,
con la mirada puesta en un mundo olvidado.
Estemos juntos, reencontrados, más humanos
con la mano larga y dispuesta la mirada.
Huele a los valles por los que he pasado
en esta noche fría, implorando un Padre Nuestro
para los estómagos vacíos que crepitan detrás
de las puertas cerradas.