Hasta que quiso irse.
Vacía, extraña, superflua, inflexible.
En la tarde
nada parecía moverse,
salvo las hojas hastiadas
del almendro, cansadas ya
de hamacarse sin pausa
en el viento uniforme del otoño,
hasta caer rendidas
de apatía y de miedo
segundo tras segundo
en los parques de abril
del desencuentro.
Las horas
crispadas de silencios macilentos,
vaciaban su bazofia incinerada
en las urnas del tiempo que se ha ido,
camino del camino, en retirada.
Luego su espalda
casi desvanecida,
oscura, avasallante,
oscilante y altiva,
se advierte derramada
como una vieja mancha
en el muro de niebla
que baja de los techos
y angustia las gargantas.
Un horizonte turbio
de bruma y desaliento
teje los eslabones
que desatan las cuentas,
como un telón inmenso
desplomado en las calles,
fracturando el cemento
en dos cruentas distancias
repletas de preguntas…