En el emotivo encuentro
de la ola y la arena,
la bahía abre sus piernas
a un amor efímero,
que rompe en espumas.
La luna contempla de reojo
el borboteo incipiente
de eyaculación azul,
viaje de algas y coral
al centro mismo del deseo.
Reflejos de llantos
de seres antiguos,
perdidos en las mareas
acaecidas antaño,
regurgitadas de nuevo.
Orgasmo de sal
que salpica la playa ocre,
donde van a morir
los sentimientos
de los espectros tristes.
Los sueños vienen y van,
entre la brisa y el mar,
el olor a almizcle y sándalo
acompaña mil y una noches
de caricias sempiternas.
Hay un bajel hundido
en la ensenada del tiempo,
cargado de corazones maltrechos,
zurcidos a hilo y algodón negro,
empapados en salitre.
Un pirata de pata de caoba
navega a lomos de un delfín,
en busca del hipocampo de oro,
ese capaz de hacer que se cumplan
nuestros más íntimos deseos.
El horizonte permanece
equidistante, en la distancia,
inalterable al tiempo y al espacio,
cual fotografía plasmada en sepia,
colonizada por sombras y luces.
Hay un malabarista jugando
con los hilos del tiempo,
marioneta de un porvenir
perdido en la incertidumbre
del monstruo devorador de sueños.
Hay una ecuación escrita en la palestra
que nadie es capaz de resolver,
quizá cuando el viento amaine
los cormoranes vuelvan engalanados
envueltos en sus oscuras plumas.
Tristes están las gaviotas
por los marineros perdidos,
habitantes de un mundo sumergido,
donde las emociones son eternas
y los cangrejos huyen hacia el pasado.