Yo estaba allí,
en el Olimpo de tu quinto piso,
admirando la magnífica vista.
Yo estaba allí,
viendo el ajetreo de las personas,
las sirenas de ambulancia
y el verdor de las lomas.
Yo estaba allí;
entonces me miraste.
Me miraste con esos ojos de sílice afilado
y, créeme si confieso que, mi alma
jamás se había sentido tan desnuda,
tan simple, menuda y dócil.
Me miraste;
y comprendí por las buenas que,
o bien hay muchos mundos,
o simplemente uno solo:
ese que encontré en tu iris.
Lleonart H.