Se me ha secado la boca.
Tengo los labios llenos de silencio,
cansado de tanta plegaria muda
de amaneceres sordos y noches indiferentes.
De tardes suspendidas en cortinas difusas
plantas como fantasmas del pasado
revolviéndose en el jardín.
Qué importa lo vivido
si somos esto ahora
y no nos dimos cuenta.
Pero no hay regreso
se revela el enigma entre los pétalos,
el horizonte se estrecha sobre las cejas,
vuelvo la mirada y veo tu sombra
pero no distingo tu aroma.
Vives aquí mismo y no te toco,
a veces te presiento
abundancia de viento
soplando a contraluz,
y en un suspiro desapareces,
como un sueño que nunca ocurre.
Le pido a Dios que te baje de los astros,
pero recibo lluvia al final de la liturgia.
Estoy sordo ante los murmullos del agua
que corre por tu vientre,
ese llanto inmerecido
que me sonríe con sarcasmo.
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