Un día me percaté
de que serpenteaban por mi cara,
desconocida piel a la que miré con recelo.
Pulverizarlos quise y esconderlos
tras capas de pintura.
En protesta crecieron,
y rojos del enojo se pusieron.
El tiempo pasó,
e íntimos nos hicimos.
Aprendí a estimarlos
y un día desaparecieron.