Tengo en mis labios cuatro letras
que le dan nombre a mis sueños.
Dos sílabas benditas, que al unirse
le dan forma a una gloriosa epifanía.
Una palabra nacida de esta tierra,
que, cuando se pronuncia al viento,
suena en los oídos como una melodía,
danzando sobre la monotonía del silencio,
como si fuera la primera gota de lluvia
que cae sobre la sedienta tierra.
Una palabra fuerte como una roca,
que me habla de un maravilloso lugar,
donde se inventa el sol cada mañana,
y en el lecho de las cumbres nevadas,
duermen durante el día las estrellas.
Un lugar donde el verde se hace color
sobre una llanura poblada de vida.
Donde las montañas besan el mar
y bullen entre las olas historias,
de mágicas travesías que han traído
de todas partes la esperanza,
y la destrucción de los sueños también.
Cuatro letras que llevo conmigo
en el color de mi sangre
y en el fondo de mis ojos.
Susurrante como un suspiro de amor.
Exultante como un clamor de vida.
Pero nada dicho a medias tintas,
porque para querer bien a este lugar,
que se dice como una promesa,
hay que amarlo en todas sus letras:
Participando de su diversidad.
Encontrando sus virtudes.
Recogiendo lo mejor de su legado, y
Uniéndose a su visión de futuro.
(Eso eres tú, país querido, y mucho más,
que hoy no puedo decirlo por completo,
porque tu belleza no cabe en mi limitada voz
y tu grandeza no la puede cubrir mi pobre acento)