Todavía el sonido de la muerte
hiende, con su memoria, la gastada
silueta de la noche descarnada,
donde quizá podría rescatarte.
Te has ido sin decirme dónde verte;
en qué lugar remoto , en qué fachada
de la tristeza sueñas la apagada
música que no puede ya dolerte.
Las rosas se despojan de su aroma,
ausentes y marchitas, por la loma
donde tú voz se aleja y se despide.
Sólo me queda el eco de tu risa,
aquellas tardes, lentas y sin prisa,
donde el niño que fui nunca te olvide.
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El eco de la ausencia resuena con dolor suave.
Parece que aquí las palabras abrazan la pérdida, como las rosas marchitas, llenas de una melancolía eterna
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Es la aceptación de la muerte. Muchas gracias por tu comentario. Saludos.
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Precioso poema José Antonio. Se nos van y el olvido no es una opción…
Un abrazo.
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Muchas gracias por apreciar y comprender el poema. Un saludo.
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