Aquí estoy, como nadie, embriagado de tu poesía,
con mil horas de ensueño, caminando tus huellas,
buscando tu acento, intentando tus penas,
y prometiendo que cuando vaya a tu morada
en la Avenue de L’est, en Montparnasse,
dejaré un poco de ti en cada palabra escrita,
si puedo perturbar con mi ofrenda tu eternidad parisién.
Aquí estoy, no soy tú ni quiero ser nadie más,
solo la suma de todos ellos y la ausencia de los demás.
Pero, no se puede evitar poseer lo adquirido
y lo que se avino sin previsión a esta sesera.
Muchos poetas me dan voz, pero solo uno me convoca.
Aquí te llevo Vallejo lo que te puedo alcanzar:
una flor marchita, una sonrisa y un papel en blanco,
para tenderlos sobre tu presente memoria
y tu inmortalidad, ungida sobre nuestra vergüenza,
aunque en esa tumba, tú ya no estés más,
y tal vez no sea necesario ir a verte, si estás aquí,
reunido en estas letras y en esta voz mestiza.