Hemos aún
de recobrar los días,
las horas escondidas
tras el telón de los miedos;
el aliento arremetido
bajo el timón de los vientos.
El mundo que se encoge,
que se nos hace jirones,
que hace secar nuestros pozos
y nos sumerge en sus polvos.
La voz que se hace un hilo
como riachuelo extinguido;
los vestigios de los cantos
entre arboledas del llanto.
Hemos aún
de remontar los años,
el sopor que es disgregado
entre el plantío y el estrado;
el estupor sentenciado
sobre el sudor y el cayado.
El tiempo adormecido
tras el caer de una roca,
la turbación que provoca
el confluir de las formas.
La confusión de los muertos
que se despiertan en rostros,
que se estremecen en ojos
que reestructuran despojos.
Hemos aún
de retomar la vida,
el trepidar de las gotas
en las copiosas lloviznas;
el emerger de los montes
tras borbotones que inundan.
La cadencia de las aguas
que en sus embalses seducen;
la candidez de los puertos
en sus abrazos dispuestos.
El alma que se expande,
que se nos vuelve en impulso,
que hace gestar nuevos soles
y nos enciende ilusiones.
Hemos aún
de renombrar las flores,
el germinar de semillas
tras la implosión que reactiva;
la inocencia de los brotes
que en su verdor traen la vida.