Descosí mi sombra con violencia para poder ver de donde proviene la luz.
Y advertí que provenía de una oscuridad más honda.
Del vientre de un silencio como amapola umbilical de aquello que aún falta por nacer.
Contando los días por sombras de un ciclo entre raíces, dulce como la luz a que aspira florecer.
Caligrafía de un ave ciega, o algo que asemeja a un minutero extinto, quizá el hijo olvidado en una plegaria. Estas migajas de polen me harán un pan.
La pizarra del vuelo como ámbito oscuro del rasgo. Pan negro. Quizá un verso de tiza engendrado, allá donde el tiempo -párvulo de eternidad- no cuenta.
Sé que, en la bigamia de este manuscrito, lleva un hilo de salida. Fue traído por un animal domesticado en el viento. Necesito deletrear lo que queda de mi sombra, lo que queda al otro lado de una cometa.
Yo aspiro de la boca de una poesía vieja y airosa, con una madeja de lana violeta, cuyo cabo me ofrenda con vocales de aliento a entrar en el laberinto pautado del corazón ajeno, donde habita el monstruo del deseo y la amistad.
Les comparto este poema en colaboración con el poeta español “El sabio Confuso”
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