Hay palabras tóxicas.
Hay palabras que hieren más que una espada y dejan cicatrices que, en ocasiones, nunca dejan de sangrar.
Hay palabras que usas de escudo.
Palabras que son escondite, huida, cobardía.
Palabras que hacen que te traiciones, que renuncies, que te rindas.
Hay palabras que excitan tu cerebro y alimentan tus sueños.
Palabras que hacen crecer.
Palabras que dan alas.
Hay palabras que son refugio, hogar, paz, consuelo…
Palabras que ocultan fabulosos mundos.
Palabras que abren la puerta de pequeños paraísos.
Hay palabras que se ahogan en sollozos y no llegan a ver la luz.
Palabras olvidadas antes de ser pronunciadas.
Palabras silenciadas que claman venganza resonando insistentes, salvajes, enloquecidas dentro de tu cabeza.
Palabras que usan un susurro para hacerte estallar las entrañas.
Y están las palabras tristes.
Y las que no dicen nada.
Hay palabras que buscan anidar en un alma.
Aquellas que quieren volar hasta penetrarte cálidamente en lo más profundo,
para abrirte las ventanas, ahí adentro,
para dejar que respires;
feliz, seguro y sintiéndote el rey del mundo,
al arrullo de la voz de quien te ama.
Esas son mis favoritas, las palabras aladas.
La primera vez que dos amantes se tocan con pasión, no es con las manos: las primeras caricias están hechas con miradas…
…y palabras aladas.