Ahora, el señor Gonzalo se para en las palabras como siempre lo hizo y les pone relámpagos. A veces, relámpagos de neón con verdín de biblioteca.
Se sienta como un dragón, creando sus propias visiones, entre volúmenes de autores de versos, hermeneutas y pensadores. Aunque siempre sueñen con las ingles, con “medias y muslos de seda blanca”, o sueñen que aletean, hechas de aire, mil mariposas embellecidas de ausencias; o que alguno niegue que vive en este vecindario y diga que solo está de paso por el mundo. O que le digan que “la zambullida tiene que ser en seco”. Aunque André Bretón, en su papel de difunto, mirando su reloj le murmure: “es que no hay eternidad, muchachos, es que no hay eternidad”.
Tratemos, con él, de leer y escribir en el humo. Y riamos, riamos porque “no tenemos talento”, no tenemos talento, no tenemos talento; “a lo sumo oímos voces, eso es lo que oímos”, como ese señor, que habla solo y oye voces. También los locos oyen voces. Son los ángeles los que nos dictan los versos.
Ya no sólo es 666 el número. También, “77 es el número de la germinación”, de la palabra efímero y son zarpas enormes por toda Sudamérica, las 77 “especies de leopardos voladores” de Gonzalo Rojas.
Y a esa tierra suya, quizá no le lleguen las bendiciones, ni nada bueno del vaticinio del siglo XXI; quizás porque fue el perro el que pronunció la profecía, o hubo demasiados “títulos falsarios premiables” que confundían “las moscas con las estrellas”. Quizá porque tantos doctores universitarios nunca fueron a mirar la vida, nunca fueron. Sólo están de vuelta de bibliografías y dictan sus sentencias, con eructos después de digerirlas; o, a veces, después de que “maten poetas para estudiarlos”, con énfasis de “eruditos, ponen un huevo”, entre tantas “páginas de cemento” que producen.
Pero sigámosle, saltemos de las vocales a las estrellas y hagamos caso omiso de la poluciones de tantos letrados. Oigámosle que nos grita, “hombres de poca fe, piensen en el cántico”, piensen en el cántico, piensen en el cántico…