La belleza en la herrumbre hallada,
en la entraña de la propia naturaleza,
el final es solo el leal comienzo de uno mismo,
el hambriento y retrógrado uróboro del ser.
Boca pasada de hiriente labio, de impune diente,
besando la boca del mañana,
clavando otro par de alas,
caricias de lluvia adolescente regando
a los campos de ajada piel,
brazos de viento ausente
proyectándome en vuelo raso
sobre las espigas del ayer.
Fecundada con el ojo del águila
la oquedad yerma de la existencia,
la ceniza de la edades
en el fénix de la mirada
que otra llama enciende,
cómo enraíza encarcelada en la noche
hasta que liberada florece,
la orquídea del alba.
La aridez de la distancia enmascara
alguna otra fértil presencia,
en las esquilmadas horas
giran desamores y certezas;
en la rama oscura del alma
mora la serpiente trasnochada
que en pájaro de luna se convierte.