Una nochebuena, la buena noche se atrevió a soplar nuestras velas
y las velas se apagaron, nos vimos a oscuras. Callaron panderetas,
sobre un mantel vestido de ciervos, nieve y papa noeles con las manos abiertas.
Nos pareció sentir un abrazo. Nos creímos escuchar un poema,
nos sentimos sentirnos los labios, nos rozaron las ropas, nos temblaron las piernas,
se nos juntaron las manos. Los dedos nos jugaron bajo la mesa
y desde ese día siempre supimos que nuestro cielo nos tenía las puertas abiertas.
Crecimos, pasaron navidades, nos dimos las buenas noches en cada nochebuena,
nos pintamos de canas los años y un año le dimos la espalda a la tierra,
allí donde las almas juegan a volar mientras juegan que vuelan
y donde algunas noches jugamos a soplar la llama de alguna estrella
sin darnos cuenta de que esa noche, otra vez, es noche de nochebuena.
