El río de amarillo va tiñendo
riberas donde esculpe la alameda
las frágiles sustancias de la seda
que adornan los otoños, desprendiendo.
Las ondas acompasan, van ardiendo
de espumas encendidas por la olmeda
y aquietan el silencio que remeda
el lamento del cisne ya muriendo.
Silencio que se adentra en la floresta;
la brisa que se enreda en la modesta
blancura de las piedras de la orilla.
El viento desordena la hojarasca
que sueña con la lluvia y su borrasca
y torna aquella luz tan amarilla.