Ojillos de la muerte

Nunca suerte pudo haber
para aquel que nunca vio
los ojillos de la muerte,
y encendiendo el corazón
no creyó poder vivir
secuestrando de esa voz,
¡dulces labios de Pomona,
oh, una nota de dulzor,
o una risa caprichosa!
Pues los ojos del amor
matan más cuando más vive,
matan más cuando el fervor
más se afana y le suplica
media estrella de favor;
y así, nunca fue la suerte
para aquel que no la vio…
En las horas de verdad
y en los prados del dolor…
no, tampoco vio desgracia
quien por ella no murió.

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