Señor en tierra extraña;
deambulador entre la noche clara y el día oscuro;
juglar en tierra de nadie: más que coma pero menos que punto;
ambiguo subjetivo, sincero;
faro en las peligrosas sendas, cautivo del alma;
dueño de un mundo de fantasía insondable, de magia, de pura realidad;
por él combaten ejércitos;
por él se declaran guerras;
por él amores eternos;
por él damas y caballeros luchan en desigual batalla contra hordas de orcos ignorantes que pretenden, ¡oh, inicuos!, su olvido;
mas ¡nada de eso, vive Dios!, ¡nunca!, ¡jamás de los jamases!, pues sin él el mundo se pudriría;
sin él la belleza, la luz y la elegancia del lenguaje se tornarían en negritud, desesperanza y barbarie.
Pues es por él por el que aún cantan las ninfas;
es por él por el que las estrellas brillan;
es por él por el que don Quijote disputa valiente;
es por él por el que Eneas lucha, por el que Odiseo regresa a Ítaca;
es por él por el que Baroja, Galdós o Pardo-Bazán escriben;
por él que Eliot, Keats o Bécquer sueñan;
por él que Cervantes, Shakespeare, Lope o Quevedo subliman el pensamiento en letras que acarician el alma;
por él que, en definitiva, la humanidad más sagrada clama por un lugar en la inmortalidad.
¡Oh, punto y coma!, ¡oh, majestad!, que brille tu luz, que se extienda tu señorío más allá, incluso, del firmamento;
que tuya sea la gloria, y nosotros, pobres criaturas tuyas, lo leamos.
Gloria y honor por siempre a ti, punto y coma.
Luis J. Goróstegui