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Mi soledad oceánica
que se desploma por tu cuerpo
blanco,
airado casi sin luz
bosque petrificado
de inciensos,
piel
bajo la piel
de abril,
hueles
a rosarios
y a niños;
tus manos
infinitos elementos
que se guardan
que no tocan,
eres matutino y
nocturnario,
un animal blanco
en el océano
de nácar
tu piel
el lugar ideal
para las uvas,
para los cereales,
en tus idilios
bocas pardas,
delicias de un material que hierve
fogatas,
lirios
geranios conservados,
canoas, caminos
y revelaciones.
Pueblos y perfumes
del norte,
del sur, de los ocasos,
casi un palpitar herido
una estrella asfixiante.
Neruda nunca herido
por las rosas y balas,
mi corazón palpitando
en el lodo
y en la ciudad,
donde todo mata.
Tocas la fragilidad y conviertes
todo en risas;
piedra sobre piedra
sube el humo por la colina
y nace en tu boca
como un triste pez;
los dolores no te llegan,
se esfuman en el inicio,
amor oculto
en mi bolsillo,
en mi caviar
de creatura herida,
amor inagotable,
estrella azul.
Participé en la lucha terrestre
por pedir tu mano
por averiguar
la luz del inicio del tiempo.
Vive,
se el niño
de la simple fuerza
inagotable aliento
puro entre la semana
de frascos muertos,
cae como las frutas,
cae como la noche en los cerezos
sobre mí,
tu te abres
te vives, te deshojas
te arañas,
te pierdes
entre las calles
y te desplomas en la tierra
y así te encuentro
poesía inagotable
de mí para tu cuerpo
de avena
de trigo y maíz,
vuelve a mí
quiero tener nieve y musgo
en mis manos
llenarte de ojos que vayan
clavando huellas,
escribirte de planetas
de aureolas,
de ángeles de madera y rio,
en la selva,
en el continente donde todo se puede
en el cielo
en la savia de las nubes,
quiero escribirte de nuevo
con mi soledad marina,
con la sal del tiempo
con la costura de una hora,
descubriendo
los último secretos
de la tarde hecha oro.
Así con esta inutilidad
llamada poesía,
con este cuerpo de lino
advirtiendo que vendrás a mi casa
a descubrir quién soy,
a mira desde dentro.
A mimar mí espacio
a escribir que soy tuyo.