“Dijo Dios:«Produzca la tierra seres vivientes según sus especies (…)». Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, que domine los peces del mar, las aves del cielo y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. Dios los bendijo y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (…)». Y así fue. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto” (Gen. 1, 24. 26-28. 31).
Fue niño Adán y niña a su vez Eva.
Fui niño yo como lo fueron ellos.
Por padre y madre sólo a Dios tuvieron,
y yo además los míos de la tierra.
Juntos dimos su nombre a los cerezos,
a las nubes, las flores, las estrellas…
Y aseamos caminos y veredas
de un jardín venturoso y hogareño.
Mas un manzano viejo y retorcido,
sorbiéndose el veneno de una sierpe,
mi inocencia asoló y el paraíso.
Niño fui, hasta que quedé al relente.
Mas otro Niño me encontró escondido
en el sucio aposento de un pesebre.
Y allí cambió mi suerte:
buscó mis ojos, me tomó la mano,
miró a su Padre y me llamó hermano.
Pues qué te digo ahora…que le pusiste la guinda con este hermosísimo soneto asonante a esta preciosa serie que has hecho sobre la creación…
Mis aplausos por ello, poeta!
Abrazos afectuosos, Joan. Sigue escribiendo así!
La prosa introductoria es una belleza histórica desde lo sacro a lo macro universal. El ritmo logrado en el poema adquiere flexibilidad y contracciones que lo hacen comprensible y al mismo tiempo emotivo. —Aplausos.