Esa hora frágil del ocaso
en que la luz del mundo se amortigua
y se desnudan los cuerpos de los astros.
Esa hora incierta en que enmudecen los sonidos
y la tierra
nos tapa con su manto.
Esa hora de soledad anticipada
en que las torres se hunden en el cielo
y las campanas
lastiman con su canto.
Esa hora del crepúsculo sangriento
en que duermen su sueño los ángeles
y los santos.
Esa hora en que el mundo se defiende
del terror
y cuando los pájaros se esconden en el campo.
Son las horas en que Dios
abraza a los hombres
y enjuga entre sus manos
todos los llantos.
Qué bonito poema, lleno de ritmo y musicalidad y, además, con ese contenido existencial tan pleno de emociones básicas y vitales. Me ha encantado. Enhorabuena, poetisa.
Qué bien has sabido contarnos lo que ocurre en esas horas mágicas, en esas horas en que muere el día, y sólo nos queda abrazar la inmensidad y dejarnos abrazar por Dios. Me ha encantado. Un saludo.
P.D. No me he dado cuenta de que ya te había comentado el poema; pero lo he hecho otra vez, y de corazón. Me encanta.