Jamás fuiste en realidad
ese yo que siempre te esperaba,
ni la tinta de mi poema perfecto,
ni el espejo del retrato de mi cara,
ni un desayuno con velas cuando mis velas
se me quemaban de frío entre tus aguas.
Jamás fuiste un paredón, tampoco fuiste un todo
y a pesar de todo nunca fuiste nada,
nada por lo que luchar cuando se lucha sólo
por una bandera pérdida en el campo de batalla.
Pero un día, sin mirar al pasado,
el sol empezó a dibujarme de futuro la espalda,
los caminos de arena fina, de paz las guerras,
de alegría las sonrisas y de sonrisa al alma.
Y vi más allá del horizonte de mis miedos,
allí donde decías que no había vida, ni sueños, ni nada,
allí donde encontré un mundo que tenía mi nombre,
un suelo que tenía mis pies y un sol que despierta junto a mí cada mañana.
