―Mamá, ¿qué es eso blanco que cubre todo el suelo?
―Es nieve, cariño. Cae del cielo como la lluvia pero es más fría; anoche estuvo nevando. Si quieres, luego salimos a la calle a jugar con ella.
―Me gustaría, sí, mamá.
Arturo mira asombrado por la ventana. Es la primera vez que ve la nieve. Hace dos semanas lo encontramos acurrucado en un vertedero de electrodomésticos, medio deshecho, y nos lo trajimos a casa. Hemos hecho lo que pudimos y, aunque recuperamos satisfactoriamente la servomecánica de su cuerpo, no hemos podido hacer lo mismo con su sistema cognitivo y no nos ha quedado más remedio que resetearlo. Antonio y yo tenemos una tienda-taller de electrónica y robótica así que nos ha sido relativamente sencillo repararle. Ha despertado esta mañana y desde que nos ha visto nos trata como si fuéramos sus padres –incluso nos llama mamá y papá; supongo que viene así en su placa base–. Mañana le instalaremos en su módulo neuronal una base integral de datos. Lo cierto es que el hecho de que no podamos tener hijos nos hace que consideremos a Arturo como nuestro hijo, a pesar de que sea un robot de dos metros de altura.
Luis J. Goróstegui