Noviembre

Una alfombra cubre el suelo,
no son flores, son colores,
los de las hojas
que arrancó el viento persistente
de las ramas de los árboles
eternos de la gran ciudad.

Son aquellas que pisaba cuando era niño,
algunas crujientes, se deshacían en pedazos.
No como las verdes o las rojas
que iban poco a poco deteriorándose
por efecto de las botas de lluvia.

¿Dónde se fueron las hojas que ya no están?
Dónde viven cuando ya no podemos verlas.
He pensado que, una noche, cada año,
empleados municipales vuelven a asfaltar la carretera,
que por eso las aceras cada vez son más bajas
y, mirando desde la terraza, ya veo el suelo más cerca.

El asfalto es entonces poco más que un cementerio
donde viven todavía todas las personas y objetos que perdimos.
Si no, por qué ya no escuchamos cuentos con finales felices,
por qué, poco a poco, cada año voy olvidando tu voz.

He perdido mis juguetes, porque mis soldados
ya no son soldados de verdad,
han sido sustituidos por otros,
cada noche, en las noticias,
y cometen actos de crueldad tales
que yo no hubiera podido nunca imaginar.

Y estaba pensando,
que antes de que un misil nuclear lo destroce todo,
quizá podríamos reunirnos todos,
que cada amigo traiga cien más,
y eso cien, cien picos, martillos neumáticos,
y nos adentremos en esa ciudad
que vive debajo de la nuestra.

Quizá volvamos a encontrar a aquella mujer,
la que vivía en el tercero de una casa que ya no existe
aquella que, asomada a la ventana,
vigilaba los juegos de los niños.

Cuanto más abajo lleguemos
antes volveremos a escuchar las canciones
de Enrique y Ana y Barrio Sésamo,
las noches en Torrevieja del Un, dos, tres,
a Macario, Monchito y Doña Ruperta,
y jugaremos al Quién es quién,
a la oca y el parchís,
al balón en calles sin miedo a los coches,
al mundo en que nuestras madres
cosían y recosían la ropa
y por ello no necesitábamos
que fueran esclavas asiáticas
las que cosieran pantalones que apenas nos ponemos.

Pero, joder, llevo esperando varias horas
y aquí no habéis llegado nadie.
Porque la nostalgia es un arma,
un arma en manos de los miserables
no nuestra, de aquellos que prometen un mundo mejor,
hablando de volver a unos viejos valores
que no serán más que una excusa
para enterrar también la revolución en el olvido.

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Qué magnífico paseo por ese noviembre del recuerdo.
Me gusta mucho tu poema, Senén.
Un abrazo :christmas_tree: