Cielos plomizos,
tules de plata,
y entre las lluvias y los hollines
vuelan vapores por la espadaña.
Se vela el páramo
con nieblas canas
cuando amanecen en la meseta
turbios cendales cada mañana.
Y esas cortinas,
a fumaradas,
del triste hálito que, ceniciento
se eleva dócil en leves gasas,
borran de facto
la tierra pálida
del horizonte sin porvenir
que es este trozo de nuestra España.
Castilla oscura,
llena de lágrimas,
entre las brumas y los celajes
solo te quedan grises nostalgias.