No voy a dar a las brujas

No voy a dar a las brujas
el espacio que pretende,
un profesor muy chiflado
y con sonrisa latente…
Y es que me niego y no quiero
ser el bardo de las siete
y el plumífero precoz
que emborrona los papeles.
Las brujas son algo serio
y que estremecen las sienes,
para bajar por el pecho
y terminar en el vientre,
allí se libran batallas
y los vientos se revuelven
hasta acabar en galernas
que van a dar al retrete…

(Y aquí yo pido perdón,
por ordinario y silvestre,
al detallar los caminos
del brujerío latente…)

Y es que quisiera dejar
a las brujas y a su leche
y que vivieran la vida
y que sintieran la muerte,
así sabrían, de veras,
lo que se gana y se pierde
con el trabajo del día
bajo el sudor y la fiebre,
porque las brujas del cuento
salen de manos y mentes,
que se acicalan de noche
y por el día se duermen,
buscan el manto de plata,
ese que llevan los reyes,
no los remiendos y andrajos
con que se cubre la plebe.

(Y aquí, de nuevo, me paro,
pido perdón nuevamente,
porque las brujas se escurren
como vagones de trenes).

No voy a dar a las brujas
ese papel que pretenden,
ni aunque me llamen de Brujas
ni de la europa del este,
y es que prefiero a los elfos,
a las anjanas y duendes,
a trastolillos y gnomos
y algún dragón, bajo el puente.

“…Viva la tierra sin brujas,
y la Barquera y sus muelles,
donde la brisa acaricia
con esos besos silentes;
besos que dejan hechizos,
besos con néctar y mieles,
besos que salen del alma,
sin brujerío ni viernes…”

Rafael Sánchez Ortega ©
20/12/20

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