En aquella época las heridas de Manuela
estaban a sangre viva,
siempre escuchaba como un mantra
enceguecido que le aturdía la cabeza,
“El tiempo todo lo cura”
pasaron los meses y pasaron los años,
y las heridas aún la seguían lacerando
Perdida en un laberinto sin aparente salida,
rasguñaba frenética y desesperada
las paredes áridas y descascaradas,
quería encontrarle un sentido a la vida
hallar la salida de aquellas ruinas sombrías
Todos construimos nuestros propios laberintos
una voz socarrona le murmuraba al oído,
consecuentemente todos sabemos
donde está la salida, continuaba
la maldita cínica voz
farfullando en su cabeza
Pero algunas almas no hallan la salida
y aceptan su fatídico destino,
otras logran encontrarla
ya en el ocaso de su vida, habiendo
malgastado el tiempo en resolver los
acertijos que a pasos pasmosamente lentos
los iban conduciendo fuera del enredado
arabesco laberíntico
Los laberintos son complejos,
tienen sus recovecos,
ella les busca lógica matemática,
pero están construidos
sobre la impredecible estructura humana,
lo cual conduce a la intrincada maraña
de las singularidades insospechadas
Con el paso de los años se fue dando cuenta
que el tiempo no cura nada,
sólo nos pierde en laberintos eternos,
donde fatigados y destartalados,
hastiados y ensimismados,
caminando sobre nuestros propios pasos
ya al dolor nos hemos acostumbrado,
y sólo nos queda el frenético intento
de hallar la salida
para conservar la sensatez
y el hilo de cordura
que alguna vez nos unió
a lo que la esperanza
una vez prometió