Es complicado sintetizar en palabras
todo lo que abruma mi ser,
cómo plasmar en versos
lo que agoniza y desgasta mi corazón,
como un grito ahogado en un abismo sin fin.
He cumplido cada meta de mi infancia,
cada tarea impuesta por el deber,
tanto por mí como por mi familia.
Aun así,
siento que llego tarde a un destino,
como un náufrago buscando la costa
en un mar tempestuoso de expectativas.
Tengo una mujer que me ama,
a quien sirvo en cuerpo y alma,
y en su abrazo hallo un refugio momentáneo.
Me siento querido, escuchado y cuidado,
sin embargo, ni con ese amor
encuentro un susurro de perdón
que pueda borrar la carga de mis errores.
Siento celos, envidia, rencor,
ambición desmedida, ira y frustración.
A veces me consume el deseo de que mi familia vea,
que también poseo un talento,
que mis palabras y versos
son un universo de riqueza,
no solo un enfermero
que carga con las miserias de un sistema
que desprecio con el fervor de cada fibra que me compone.
Más me odio a mí mismo,
las culpas son mi sombra,
me desgarro al vivir
una vida que no deseo,
sin valor para abrazar
mis verdaderos anhelos.
Me odio por rendirme,
por acomodarme, por cobarde,
por los errores que me encadenan
en mi obstinación,
y por tratar mal a quienes me aman,
cuando solo buscan lo mejor de mí.
Busco un reconocimiento
por un talento que nunca muestro,
me odio por ser mentiroso, cruel y egoísta.
Siento que llego desfasado a todo,
cuando, en verdad,
lo único que se posterga
es el amor propio,
la búsqueda de una felicidad
que se escapa entre mis dedos,
como arena en un reloj roto
